
El niño de papa

El niño de papa entró en clase, se sentó en su pupitre y miró a la pizarra con la cabeza ligeramente ladeada. Sacó de su cartera una libreta y un lápiz, se reclinó hacia tras estirando las piernas y cruzando los pies.
La clase era alargada y el niño de papa ocupaba la antepenúltima fila.
Al fondo, la pizarra, y sobre una pequeña tarima, la mesa del maestro.
Las dos horas siguientes transcurrieron sin sobresaltos.
No hubo preguntas, no hubo castigos.
El niño de papa no escuchaba, no hablaba, ni tan siquiera miraba. Dejó escapar el tiempo hasta la hora del patio. Su vida giraba entorno a ese momento en el que despertaba de su letargo.
Códigos de barra cruzando el patio. Gritos agudos a las voces y un ritmo de carreras a la percusión.
El niño de papa "seajuntaba" con Juan, Carlos y Alfonso. Los cuatro se sentaban en una esquina del patio, bajo la escalera de salida.
El patio era cuadrado con dos puertas situadas en los vértices opuestos. Uno eran las cocheras, con acceso restringido. En el otro estaba la salida del colegio. Una pesada verja de más de dos metros de altura con barras a partir del metro ochenta y acabadas en forma de agujón apuntado al cielo. La que siempre miraban y deseaban, poque para ellos cualquier puerta siempre era una salida de donde huir del mundo de los mayores.
Entre otras cosas aprendieron que en si, el deseo al contrario que el placer, si no se alcanza, o gana la batalla de la paciencia, puede ser fuente de sufrimiento odio e infelicidad